19.2.09

ups, ¡me moje!

Esa era una buena tarde, en mi cabeza desfilaban una serie de palabras, ideas, sentimientos, todo lo que necesitaba para escribir, incluso tenía una historia en mente. Sería sin duda un cuento corto. En clase, una exposición desabrida; hablaban sobre el conocimiento y la ciencia. Asistir a una clase en la que eres el mayor supone varios convenientes, e inconvenientes. Por un lado, captas y comprendes con la facilidad que la edad y los kilómetros recorridos te brindan, digieres mejor las cosas y tu experiencia te hace más susceptible al conocimiento. Por otro lado es frustrante. La maestra hacía todo lo posible por motivar a que los alumnos dijeran algo, tan solo algo. Repetía una y otra vez: ¡Vamos, si sabemos! Y el grupo simplemente nada. Fui yo quien, atentando contra la buena historia que estaba cocinando en mi mente, hablaba y hablaba sobre el tema, mas como una conversación con la facilitadora que como una aportación para el grupo. Si yo me sentí incomodo, no me imagino como se sintió la maestra. Nadie opinaba, nadie participaba, nadie existía. Solo los tres compañeros con cara de asustados al frente, leyendo unas no buenas diapositivas sin saber en lo absoluto de que hablaban. La clase terminó, afortunadamente. Hasta me regalaron un punto, punto que sinceramente ni lo necesito ni me importa.
Al abandonar el aula todo el desmadre de ideas que traía desde hacia ya rato en la cabeza comenzó a tomar forma. Era uno de “esos” momentos aptos para escribir. Raramente estaba yo cargando con mi ordenador lo cual era perfecto. Solo necesitaba tomar asiento y comenzar a escribir, y escribir y escribir. No tenía prisa por nada. El plan era levantarme de mi lugar hasta que mis dedos dijeran ¡hay estuvo, ya párale! Pero eso no pasó. Busque un cómodo lugar en donde posicionarme, y vi una mesa con sombrilla ocupada solo por una mujer, no la observe con detenimiento, mi mente estaba en mi cuento, una historia que necesitaba ser contada. Ella estaba traca traca con su portátil (cosa rara, lo único que recuerdo fielmente –era una hp-), y por el gesto de su cara, me aventuro a pensar que chateaba. No hable, simplemente toque con mis uñas la mesa, como cuando en el domino no se tiene la ficha siguiente, y los golpecitos a la mesa son el “paso”. Ella levanto su cara, hermosa. Eso fue lo primero que pensé, hermosa. Y ya. Todo lo que traía en la cabeza se convirtió en un bla-bla-bla-bla sin ton ni son, la creatividad voló, el cuento que se iba fraguando a fuego lento desapareció. Sus ojos me habían capturado, no recuerdo si le pregunte algo, si estaba ocupado o no, pero sonrió y yo tome asiento, abrí mi portátil y sumamente convencido a escribir, comencé a hacerlo. A los pocos minutos se acerco alguien con ella, su voz fue dulce, melodiosa. Yo escribí, si, puras pendejadas. Entré a mi blog, revisé algunos escritos, pero nada, no podía armar de nuevo esa idea tan elaborada que traía conmigo. Ni siquiera pude hablarle, me dio miedo. Sentí temor de su presencia, de sus ojos. Temí cruzar palabra con ella, sentí tanta atracción, que corrí. Aun cuando yo iba a abandonar la escuela como a las nueve o diez de la noche, tome mi celular y le llame a mi esposa, preguntándole en donde estaba y a que hora se desocuparía, extrañada, accedió a pasar por mí. Me levante embelesado aún por ella. Cuando ella se percato que yo huía cobardemente, me pregunto: ¿ya? Y yo no hice mas que decirle “me serviste de inspiración por un momento, espero verte pronto con mi máquina en las manos”. Mentira. Lo único que hizo fue que pensara muy seriamente en ser infiel, en tomarla en mis brazos y acariciar su cuerpo, besar la extensión de su piel, saciar mi sed animal de sexo, sexo, sexo. Y desde entonces no hago otra cosa que pensarla, no imagino ni imagine un panorama del ¿que hubiera pasado si? no plantee ni planteo historias soñadas preparatorianas de hablarle y conocerla, y decirle un montón de cosas. No. No fue esa clase de impresión de sueño. La siento tan real que sin duda tomaré valor y entonces elegiré un camino de dos posibles, el primero es no propiciar un encuentro con ella, seguir siendo un marido fiel y leer esto con una sonrisa en el rostro. El segundo camino es sentarme en la misma banca y propiciar un encuentro, no pretendo su amistad, no podría ser así. Una hembra como ella no me sirve para amiga (a menos claro que sea una “amistad” muy especial, en que no nos importe nada y copulemos como conejos cada que se pueda, pero eso si, siendo solo “amigos”) cuando le dices a una amiga que se te antoja, quizá se moleste contigo, quizá solo sonría, pero difícilmente podrá abandonar su ética de amiga y comenzar a pensar por ti, por tu hijo y claro, por tu mujer. Amigos no.
Y aquí estoy, sentado en una banca de pic-nic, sin recordar su rostro, solo sintiendo y sintiendo ganas de que vuelva aquí, de que pase y sus ojos iluminen mi alma otra vez, que lea esto y tome lo que quiera o pueda tomar, espero que sea a mí. Ahora mi historia es triste, no tengo musa, no tengo historia, solo ganas. Y legañas.

2 comentarios:

  1. Mi estimadísimo señor Claudio, es usted muy valiente al publicar esto en la red, pero la verdad me ha encantado, y si no fuera porque ahora debo ir a un desayuno con unas amigas del trabajo me quedaría leyendo todas las entradas de confesiones en su blog, pero no crea que se ha salvado, que en cuanto regrese seguiré aqui, en la lela.. un abrazo rico!! <3 <3

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